En la actualidad y dentro de las campañas de fomento de la lectura se hace mucho hincapié en que si la familia lee, el niño también. Esto es totalmente cierto, pero quizás parte de una falsa realidad, no en todas las familias se lee, sencillamente porque no todas las personas tienen el mismo nivel cultural.
En el tema de la lectura el trasfondo que subyace es mucho más profundo y complejo. Los niños y jóvenes leen poco o no leen (no todos, son muchos los que también se van enganchando en el camino) porque la sociedad en la que viven los libros no son un valor en sí. En muchos hogares hay 5 móviles, 3DVD, 4 televisores (uno por habitación), 3 cámaras de video o fotos, y cientos de películas. ¿Quién compite con tanta inmediatez? ¿Quién compite con el poco esfuerzo que suponen las nuevas tecnologías? ¿Tan difícil lo tienen los libros?
Quizá sí, pero hay que conseguir dar esa vuelta de tuerca. Que el saber, el conocimiento, la lectura y el esfuerzo sean de nuevo valores en alza.
Somos muchos los que valoramos y amamos los libros y la lectura y nunca vimos a nuestros padres leer ningún libro. Es más, nuestros padres eran o son analfabetos funcionales, pero sabíamos que valoraban ese saber. Nos transmitían el entusiasmo y su admiración por los que leían y no eran como ellos.
Me gustaría citar parte de una historia que José Saramago cuenta en su discurso ante la Academia Sueca cuando recogió el premio Nobel:
“El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir…Vivían de esta escasez mis abuelos maternos…y eran analfabetos uno y otro… Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo decía: José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera…Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas…En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo era señor de toda la ciencia del mundo”.
Creo que a pesar de todo somos pocos y muchos los que un día fuimos cautivados por un abuelo contador de historias, unos padres analfabetos pero entusiastas del saber o unos maestros admirables que nos dejaron para siempre encantados con la varita mágica de los libros. A estos últimos quiero dar las gracias por su colaboración incansable en la creación de nuevos lectores.
En el tema de la lectura el trasfondo que subyace es mucho más profundo y complejo. Los niños y jóvenes leen poco o no leen (no todos, son muchos los que también se van enganchando en el camino) porque la sociedad en la que viven los libros no son un valor en sí. En muchos hogares hay 5 móviles, 3DVD, 4 televisores (uno por habitación), 3 cámaras de video o fotos, y cientos de películas. ¿Quién compite con tanta inmediatez? ¿Quién compite con el poco esfuerzo que suponen las nuevas tecnologías? ¿Tan difícil lo tienen los libros?
Quizá sí, pero hay que conseguir dar esa vuelta de tuerca. Que el saber, el conocimiento, la lectura y el esfuerzo sean de nuevo valores en alza.
Somos muchos los que valoramos y amamos los libros y la lectura y nunca vimos a nuestros padres leer ningún libro. Es más, nuestros padres eran o son analfabetos funcionales, pero sabíamos que valoraban ese saber. Nos transmitían el entusiasmo y su admiración por los que leían y no eran como ellos.
Me gustaría citar parte de una historia que José Saramago cuenta en su discurso ante la Academia Sueca cuando recogió el premio Nobel:
“El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir…Vivían de esta escasez mis abuelos maternos…y eran analfabetos uno y otro… Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo decía: José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera…Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas…En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo era señor de toda la ciencia del mundo”.
Creo que a pesar de todo somos pocos y muchos los que un día fuimos cautivados por un abuelo contador de historias, unos padres analfabetos pero entusiastas del saber o unos maestros admirables que nos dejaron para siempre encantados con la varita mágica de los libros. A estos últimos quiero dar las gracias por su colaboración incansable en la creación de nuevos lectores.
Francisca González, madre de dos alumnas del centro.
1 comentario:
Querida Paqui:
Estoy plenamente de acuerdo contigo en la importancia que la transmisión oral de las tradiciones, relatos y saberes populares tiene en la formación de un buen lector. Abundando en ello yo añadiría que esa tradición popular transmitida oralmente es también un modo de literatura. Los críticos literarios hablan de tres modos de comunicación y transmisión de la obra literaria: la oralidad, la auralidad y la escritura.
Mucho hay escrito sobre el carácter aural de la recepción de la literatura en la Antigüedad y en la Edad Media, así como el carácter oral de la producción literaria en esas mismas épocas pero también en épocas más recientes e incluso aún en nuestros días.
Toda tradición cultural se inició oralmente hasta la aparición de la escritura y de su uso con fines literarios, pero también mucho después de esto la tradición oral es un elemento más de la cultura de los pueblos, que debe ser cuidado y promocionado.
Así que creo que nuestros abuelos que nos transmitieron el respeto por la cultura con cada historia, cuento o anécdota que nos relataban, podrían ser incluso analfabetos y no serían expertos en “letras”, en el sentido estricto del término, pero sí expertos en “Humanidades”, en el sentido más amplio de la palabra.
Pero, estando de acuerdo en que un abuelo o un padre relator de historias ejerce tanta influencia o más en la conformación de un niño lector que un padre simplemente lector, debemos reconocer que un niño en cuya casa, desde su primera infancia, los libros formen parte del “paisaje doméstico” tiene más fácil el sentirse tentado por la curiosidad hacia esos “objetos” que otro cuyo presupuesto familiar en el capítulo cultural se invierta en la adquisición de videojuegos, PSP, etc. y no tenga más libro que “llevarse a la boca” que los propios libros de texto escolares.
No es ni mucho menos imprescindible para que un niño sea lector que sus padres lo sean, pero sí ayuda ver en ellos una actitud, como tú dices, respetuosa por la cultura que los libros transmiten, pues es verdad que hoy por hoy la “competencia” es demasiado salvaje.
En cualquier caso, yo también quisiera reivindicar, como ya lo he hecho más abajo en este mismo blog, la importancia de contarnos cuentos en familia. Los padres solemos contar cuentos a nuestros niños pequeños. La mayoría sacamos un momento para leer en voz alta o contar algún cuento al pie de la cama de nuestros hijos cuando son pequeños pero ¿qué pasa después? ¿por qué dejamos de hacerlo paulatinamente? En los pueblos primitivos la tradición de contar y escuchar historias no tenía edad. En nuestra sociedad de la prisa lamentablemente hemos perdido este hábito. Sobre este tema vuelvo a recomendar la lectura del librito “Como una novela” de Daniel Pennac que reseño más abajo.
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